[…]
el padre que acaricia el pelo de sus hijas,
la mujer que está ausente, despeinada o llorosa,
y el anciano que dice palabras para nadie,
[…]
no necesitan demasiado, se contentan con poco,
si quisieran podrían levantarse y volar,
si pudieran volar, ¡ah, si pudieran volar!,
tal vez nunca lo harían.
(págs. 45-46)
Todos los poemas posteriores al primero, donde ya aparece la frase que dará título al libro, desarrollan y detallan la premisa enunciada de un modo premonitorio: a pesar de la realidad de escombros, sueños pisoteados, infancias escamoteadas, miedos que brotan en el río que nos lleva, podemos vislumbrar con una mirada el cielo, el aire:
[…]
esas alas gigantes que te impiden vivir,
alas imaginarias o fingidas,
las alas que no tienes,
invisibles o blancas,
pero estás muy cansado y no lo haces,
no lo harías, no lo quieres hacer,
si quisieras podrías levantarte y volar
[…]
(pág. 9)
Esas alas, sin embargo, serían el instrumento de resistencia, la llave para abrir las rejas de la celda en la que vivimos prisioneros como delincuentes sin delitos. Esas alas invisibles o blancas, sin embargo, nos convertirían, extendidas, en espíritus libres, como esos ángeles del relato de Anna Blandiana, “Proyectos de pasado”, porque si no lo intentamos ya sabemos el resto:
[…]
si te quedas aquí
seguirás como hasta ahora,
tan cansado y tan vivo,
tan ligero y distante,
tan pesado,
tan solo.
(pág. 10)
Y, de pronto, un hombre, también sin rostro, ensaya esa posibilidad, ensaya la huida, o la convierte en sueños.
[…]
bajo el silencio solemne de los árboles
se perdió un fugitivo,
los árboles le oyeron escapar de su jaula,
animal encerrado que escapó sin destino,
robó su coche, se evaporó del mundo,
y así lo vi, así lo imaginé:
¿cuál es la diferencia?
(pág. 65)
No es este poemario un lamento, aunque pudiera parecerlo, sino un grito ahogado porque fluye por dentro, es la búsqueda de una huida, que en los tiempos que corren es un tipo de resistencia. Tal vez en estos años de dictaduras tecnológicas y de altas finanzas, la resistencia se opera desde el descreimiento, o desde el dar nombre verdadero al misterio de la soledad interior, del vacío existencial. Tal vez “la disidencia” radique en “escapar” “fugarse” o “volar”. Alguien más sabio, tendría que decirnos hacia dónde, hacia qué territorio ignoto podríamos dirigirnos, en qué país extraño podríamos encontrarnos todos los que hemos decidido huir.
El poeta ha dejado abocetado un mapa con caminos, ha trazado unas líneas primeras que conducen a desviaciones de autopistas, a áreas de descanso donde meditar sobre los timbres, los teléfonos, los coches, las escaleras y los motores. En esa área de descanso podríamos levantar la vista y determinar:
[…]
que piensen lo que quieran,
dejarás que el teléfono suene,
no lo descolgarás, seguirás donde siempre,
nada puede alcanzarte,
nada puede ocurrir y el teléfono suena:
que suene como suena
la lluvia cuando llueve.
(pág. 14)
A veces hay pasadizos con llaves secretas. Tendremos que encontrarlas.