7 de diciembre de 2018

57.- Reseña de José Pallarés (10).

Las alas de un buzo, José Pallarés
(TEMBLOR. Asidero poético, noviembre 2018)

      La aparición de Un paisaje, la magnífica antología de José Carlos Rosales editada por Renacimiento en 2013, supone a mi entender un punto esencial a la hora de contemplar la producción poética de su autor. En ella aparecen muestras de todos sus libros anteriores (El buzo incorregible, El precio de los días, La nieve blanca, El horizonte, El desierto, la arena y Poemas a Milena) y un anticipo de los dos siguientes: Y el aire de los mapas (con el que el poeta cerrará el ciclo iniciado con El buzo incorregible y formado por todos los libros publicados anteriormente, a excepción de Poemas a Milena) y Si quisieras podrías levantarte y volar, el libro que nos ocupa y que implica de hecho la adopción de un nuevo modo expresivo (el poema largo), sin renunciar a las señas presentes en los libros anteriores: el tono reflexivo, el distanciamiento irónico, la contención emocional, el léxico preciso, la claridad, la elaboración concienzuda del poema, la sólida construcción del libro como tal…
     El libro está formado por veinticinco poemas que son, en realidad, un solo poema. Si redujéramos el libro a su condición de historia (una suerte de road movie), podríamos decir que consta de veinticinco capítulos. Nada en este libro es fruto del azar, desde su sólida estructuración, hasta el propio título, la elección de las citas iniciales, los guiños intertextuales o la elección del modelo del coche que conduce el protagonista.
      Empecemos por el título: Si quisieras podrías levantarte y volar. Es un título sugerente y algo extraño. Normalmente (no siempre) utilizamos para los títulos frases nominales: Campos de Castilla, Arias tristes, Descrédito del héroe, Un paisaje… Aquí, sin embargo, nos encontramos con una oración compleja que, en un primer análisis, incluye una subordinación condicional («Si quisieras»). En este tipo de construcciones la subordinada no es, desde el punto de vista del significado, menos importante que la principal, ya que esta, sin aquella, queda vacía, negada: «Podrías levantarte y volar», nos dice el poeta, pero siempre que quisieras. Y eso no está tan claro, porque la voluntad puede que no exista o que esté anulada por un cansancio extremo. De hecho, en el poema de Luis Cernuda del que está tomada la primera cita que encabeza el libro («Estar cansado tiene plumas»), esas plumas no sirven para volar, son «plumas que desde luego nunca vuelan, / mas balbucean igual que loro». Es decir, no sólo no nos sirven para volar, sino que nos sumen en un estado de incomunicación, de aislamiento, de mero balbuceo.


       El primer poema “Las alas” se abre así: «Estarás tan cansado que te sientes ligero, / tan ligero / que ahora mismo podrías levantarte y volar». El empleo de la segunda persona, tan habitual en la poesía de JCR, domina también en este libro; pero ahora quiero fijarme sólo en el empleo del tiempo: “estarás” es un futuro, se refiere necesariamente a algo que no ha pasado, que forma parte de la suposición, del deseo…; sin embargo, se resuelve con una clara actualización del presente, el tiempo de lo real: “Estarás tan cansado que te sientes ligero”. En este primer verso el lector queda ya atrapado: la segunda persona lo interpela, identificándolo con esa voz del personaje poético, con ese desdoblamiento del yo poético y, al mismo tiempo, lo mete en ese mundo real, en la propia experiencia poética de la que es imposible salir indemne. Siente así el lector que se queda en su casa, en su vida, en su rutina diaria, en su soledad…, porque no hay ninguna Ítaca a la que volver; por eso, aunque si quisiéramos podríamos levantarnos y volar, seguimos aquí con nuestro cansancio y nuestra soledad, aislados, sin atender ni “el timbre de la puerta”, ni “el teléfono” (los títulos de los siguientes poemas), siguiendo donde siempre: «…seguirás donde siempre, / nada puede alcanzarte, / nada puede ocurrir y el teléfono suena: / que suene como suena / la lluvia cuando llueve».
      A partir del siguiente poema nos encontramos sin embargo en un lugar diferente: la autopista, un lugar indefinido, camino a ningún sitio. Mi impresión es que a partir de este momento empieza la ficción, o, si queremos, una segunda ficción: el yo poético sigue en su casa, pero imagina, acaso sueña, que ha salido, que está en la autopista, sin ir a ningún sitio, aislado dentro de su coche, como el buzo o el astronauta dentro de su escafandra: «todo está en movimiento menos tú, / que ahora corres por la autopista / en dirección a cualquier parte». Una imagen ocupa este poema: los motores. Vivimos rodeados de motores que giran sin cesar mientras nosotros permanecemos quietos, aislados en un mundo en el que «solo existen motores, / es más fácil encontrar un motor / que encontrar un amigo».
    Dos gasolineras sirven de marco para los poemas V (“La chocolatina”) y VI (“La gasolinera”). Se trata de un espacio impersonal en el que el personaje se detiene para hacerse con una chocolatina o un periódico. Como en otros poemas, el lector tiende a confundir las voces, pues se mezclan las reflexiones del protagonista que espera en la cola con las del que lo contempla en la distancia. Quiero apuntar la presencia, por lo demás frecuente en todo el libro, de guiños al lector mediante referencias a poemas con los que se le supone familiarizado. Así, nuestro personaje va de su corazón a sus asuntos mientras, en la cola, espera la llegada del encargado que resuelva el problema surgido en la caja, pues «siempre hay un encargado, / en todos sitios hay un responsable, / un responsable oculto o escondido, / un responsable acecha…». La aparición de estos guiños, exentos de cualquier tono pedante, es frecuente en todo el libro y podría ser objeto de un análisis más detallado que ahora no procede, aunque señalaremos algún otro caso.
       Echado sobre el pretil de “un puente que no es puente” (poema VII), contemplamos con el protagonista el vacío, el sinsentido, los vagones y los trenes abandonados, inmóviles, sin destino… Esos trenes son el centro del siguiente poema (“Los trenes”) en el que el juego de voces adquiere una complejidad explícita. Mientras nuestro personaje contempla los trenes abandonados («te pareces a las cosas que miras / y las cosas que miras se vuelven como tú»), aparece la voz en primera persona de quien lo contempla a él («te miro a ti, te miro / y tú miras los trenes»). Observemos que las miradas vienen desde lo alto, desde la distancia que abre camino a que el personaje desdoblado adquiera una mayor entidad o independencia: «desde arriba las cosas se ven de otra manera […] / yo te miro mirarlas sin saber lo que piensas…». Es el momento ahora de hacer referencia a la segunda cita que abre el libro: «Pues las cosas verá desde lo alto, / nunca terná de qué pueda alterarse». Pertenece a la epístola de Boscán como “Respuesta a don Diego de Mendoça”, y en ella Boscán defiende cómo esta distancia es necesaria para alcanzar la virtud: «Quien sabe y quiere a la virtud llegarse, / pues las cosas verá desde lo alto, / nunca terná de qué pueda alterarse». Es la distancia del que mira desde lo alto del puente los vagones inservibles y del que lo contempla mientras mira.
      Entretanto, el coche ha quedado mal aparcado, nuestro protagonista niega ante la policía que el coche sea suyo, mientras el viento engañoso le sugiere que hay algún sitio que lo espera (poema IX, “La policía local”). “La grúa” (poema XI) se ha llevado el coche, ante la desidia de su dueño: «…muchas veces has visto / alejarse tu mundo, / estás acostumbrado a que todo se vaya», a que se lleve «todo lo que fue tuyo y resultó ser nada». La presencia del poema de Blas de Otero es significativa. De hecho aparecerá más adelante, en los poemas XIV (“Las cartas”) y XVII (“La caída”). Sin embargo, la fe en la palabra parece haber desaparecido, pues las palabras que el personaje busca al rellenar el crucigrama son tan sólo «las palabras impuestas, / palabras sugeridas», palabras que quedarán en el periódico «medio escritas, / tachadas». Desolación se llama la sensación que nos invade. En medio han quedado dos poemas muy significativos: “El sótano” (poema XII) y “Las escaleras” (poema XIII). El primero es un verdadero descenso a los infiernos, donde «todo se ha vuelto mugre, y tú también podrías / convertirte en basura, te volverás basura / si llevas la contraria…»; en el segundo, la constatación del fracaso (llámese Babel, llámese Ícaro, tal como se explicitará en el poema XVII, “La caída”) del que intenta subir permite además la constatación de que toda subida se basa en la humillación de alguien, pues «sólo puedes subir si te manchas las manos, / o si pagas el precio, aduana o peaje».
          En los poemas XV y XVI (“Las palabras” y “El ambulatorio”) son el tiempo vacío y la desolación los elementos dominantes. El ya citado poema “La caída”, incorpora nuevamente el recuerdo del poema de Blas de Otero (el tiempo perdido es un «anillo que se arroja al agua») y de otros poemas menos explícitos textualmente pero no sentimentalmente: los «papeles arrugados», el «panorama sin aire», nos conducen al “Nocturno” de Alberti en el que las palabras están «heridas de muerte». Y nos conducen también a un tiempo en el que estos poemas, el de Otero y el del Alberti, formaron parte de la banda sonora de un sueño esperanzado. Hoy, sin embargo, como en el cuadro de Brueghel, la muerte de Ícaro es un “inesperado chapoteo” en el que perdemos todos, pues «con él se hundió algo / que también era nuestro: / algo que era de todos». Quizá esté en estos versos la clave de todo el libro.
        La contemplación de un escaparate (poema XVIII) en el que se saldan los muebles de oficina por cambio de negocio nos lleva a pensar que todo es ya oficina: si “un responsable acecha” (poema V), también las oficinas, como las cárceles del poema de Miguel Hernández, «se arrastran / por la humedad del mundo», con el único propósito de anular al hombre, tal como acontece en los relatos de Kafka. Nuestra única defensa es no proclamar nunca nuestra soledad, nuestra indefensión: «…y te callas, te callas, / y no le dices nunca a nadie que estás solo» (poema XIX, “Los consejos”). Contra ese mundo de burocracia y oficina chocará nuestro protagonista cuando intenta sin éxito recuperar su coche (poema XX, “El depósito de la grúa”), de modo que acabará robándolo y emprendiendo “la huida” (poema XXI), convirtiéndose así en un curioso delincuente, «el hombre que robó su propio coche» (poema XXII, “La emisora local”) y que acaba dejándolo abandonado en “la cuneta” (poema XXIII). Estamos al final de esta historia. El coche queda abandonado y nuestro personaje se esfuma. «Detenerte pensé, pasaste huyendo» era el verso de Luis Carrillo y Sotomayor que JCR utilizaba como tercera cita al comienzo de su libro y que, ahora, se integra en el poema: «El tiempo se acabó […] / detenerte pensé, / pasaste huyendo».
      “Días más tarde” (poema XXIV) aparece el Simca Aronde abandonado. El propio JCR ha insistido en varias ocasiones en la importancia de esta elección: se trata de un modelo que en los años sesenta fue símbolo de la modernidad, una modernidad que ahora aparece truncada, rota; por otra parte, la palabra francesa “aronde” significa “alondra” o “golondrina” y nos vincula así con el ansia de volar. Reaparece ahora la voz en primera persona, acomodada en el mismo bar en el que transcurrieron los poemas XI-XIV. Fue el dueño de esa voz quien lo imaginó todo: «Imaginé su casa, su fuga, su desidia / y su coche perdido y encontrado en el monte, / […] robó su coche, se evaporó del mundo, / y así lo vi, así lo imaginé: / ¿cuál es la diferencia?».
       Se cierra el libro con el poema XXV, en el que “habla el empleado de una gasolinera”, un testimonio necesario aun para esa voz que todo lo ha imaginado, pero a la que, efectivamente, parece que se le ha escapado el personaje (antes ha habido un guiño a Pirandello). Dice así el empleado: «Estará en algún sitio donde nadie lo busque, […] seguro que se habrá disgregado / y será transparente como el agua o el aire, / estará por ahí, volando por el cielo, / ¿qué más da dónde esté?».
       «¡Oh volador dichoso que volaste / por la región del aire a la del fuego, / y en esfera de luz, quedando ciego, / alas, vida y volar sacrificaste». Los versos tercero y cuarto de este cuarteto del Conde de Villamediana son la cuarta y última cita con la que JCR ha encabezado su libro. Queremos pensar que la búsqueda de la luz, aunque se pague con el fracaso, en algún momento merecerá la pena para “el volador dichoso” que decida “levantarse y volar”.
       Compruebo ahora que la primera impresión que me produjo la lectura de este último libro de José Carlos Rosales se ha ido reafirmando con las siguientes lecturas: se trata de un libro que obliga a una lectura pausada y atenta, con margen para apartar los ojos de la página leída y dejar volar el pensamiento o la imaginación; se trata de un libro muy trabajado e inteligente; se trata de un libro emocionante y conmovedor, que nos interroga y nos hace interrogarnos sobre la radical soledad con la que el ser humano se enfrenta con su tiempo. No dejen de leerlo.




2 de diciembre de 2018

56.- Volar por encima de todo, sea lo que sea.

"Volar, sí, ¡volar! como vuela el mundo.
Pero, si me caigo, no caer encima de los otros"
[Juan Ramón Jiménez, Ideolojía (1897‑1957), Barcelona, 1990].









Imágenes de Friedrich Seidenstücker (Berlín, 1882-1966) / Ver más I / Ver más II 



27 de noviembre de 2018

55.- Una carta difícil.

           
          [...]
Imagen de Yves Klein
          una carta, un buzón,
una carta difícil si no hay destinatario,
          por eso no la envías,
          por eso no la escribes,
          y por eso das vueltas
          y vueltas
          y más vueltas:
si quisieras podrías levantarte y volar.




11 de noviembre de 2018

24 de septiembre de 2018

53.- Hubo más de un intento.


Imágenes de Chema Madoz
publicadas en el diario El País (septiembre de 2018),
con motivo de la exposición que sobre este artista estará abierta
en la Galería Elvira González de Madrid
hasta el 10 de noviembre de 2018.





18 de julio de 2018

52.- La dignidad del pájaro

Dame la dignidad
del pájaro y el ritmo
de sus alas abiertas
ante lo sombrío.
(Federico García Lorca)

Diario El País (Madrid, España, 13 de julio de 2018)




11 de julio de 2018

51.- Una traducción al italiano



                                          He aquí una traducción al italiano del poeta Damiano Sinfonico en Interno poesía (octubre de 2017) la respetable y respetada revista virtual de poesía italiana:




Le ali

Sarai così stanco che ti sentirai leggero,
          così leggero
che anche ora potresti alzarti e volare:
non pesi più, non peserai più come prima,
          pesi davvero così poco
che il mondo ti sembra lontano,
anche la stanchezza ti sembra lontana,
          è evaporata all’improvviso,
ciò che pesa a volte evapora
e anche ora potresti alzarti e volare:
non lo fai, non lo fai, e non sono
il peso del tuo corpo o la tua volontà
          a impedirtelo,
non lo fai
          perché non c’è nessun posto
          al quale vorresti tornare,
un luogo perduto o ignorato,
il posto dove potresti entrare e dissolverti,
sdraiarti con le ali piegate,
quelle ali giganti che ti impediscono di vivere,
          ali immaginarie o finte,
          le ali che non hai,
          invisibili o bianche,
ma sei molto stanco e non lo fai,
          non lo faresti, non vuoi farlo,
se volessi potresti alzarti e volare
          e allontanarti dal mondo, e morire lontano,
se resti dove sei
          sarai sempre come ora,
così stanco e così vivo,
          così leggero e lontano,
          così pesante,
          così solo.

[© Traduzione in italiano di Damiano Sinfonico]



Las alas

Estarás tan cansado que te sientes ligero,
          tan ligero
que ahora mismo podrías levantarte y volar:
ya no pesas, ya nunca pesarás lo que pesabas,
          pesas tanto y tan poco
que el mundo te parece distante,
el cansancio también te parece distante,
          se evaporó de pronto,
lo más pesado se evapora a veces
y ahora mismo podrías levantarte y volar:
no lo haces, no lo haces, y no
porque el peso de tu cuerpo o tu ánimo
          pudieran impedirlo,
no lo haces
          porque no hay ningún sitio
          al que quieras volver,
un lugar perdido o ignorado,
el sitio donde puedas entrar y diluirte,
tumbarte con las alas plegadas,
esas alas gigantes que te impiden vivir,
          alas imaginarias o fingidas,
          las alas que no tienes,
          invisibles o blancas,
pero estás muy cansado y no lo haces,
          no lo harías, no lo quieres hacer,
si quisieras podrías levantarte y volar,
          y alejarte del mundo, y morirte muy lejos,
si te quedas aquí
          seguirás como hasta ahora,
tan cansado y tan vivo,
          tan ligero y distante,
          tan pesado,
          tan solo.

[Si quisieras podrías levantarte y volar (Bartleby Editores, 2017)]

5 de julio de 2018

50.- Reseña de Antonio Jiménez Millán (9)

El fracaso de Ícaro , Antonio Jiménez Millán
(Revista Álabe, reseñas, nº 18, págs. 26-28)


   Los títulos que ha escogido José Carlos Rosales (Granada, 1952) para sus libros de poemas nos orientan hacia claves simbólicas determinantes del sentido de su escritura. Así, El buzo incorregible (1988) apunta hacia el viaje interior, El precio de los días (1991) tiene la apariencia de un diario que aspira a fijar un tiempo siempre ajeno; a partir de La nieve blanca (1995), la depuración expresiva es cada vez mayor, como se puede advertir en los dos libros siguientes: El horizonte (2003) y El desierto, la arena (2006). Muy distinto es Poemas a Milena (2011), un libro de poemas amorosos de tono mucho más directo. 
   Los seis libros que he citado fueron la base de la antología Un paisaje (1984-2013), publicada en 2013 por Renacimiento con selección y prólogo de Erika Martínez. Esta antología incluyó, al final, dos secciones de poemas inéditos: la primera remitía al libro Y el aire de los mapas (iniciado en 2006, publicado en 2014 por Vandalia). La conjunción copulativa y marca de forma clara un final de ciclo; el libro se divide en tres secciones que responden literalmente a la enunciación del título, y a propósito de él ya señalaba Erika Martínez la continuidad de la poética de José Carlos Rosales en torno a tres ejes: el fluir de la conciencia, un cierto aire fantasmagórico y una proyección espacial de lo íntimo. 
   La segunda sección era un anticipo de Si quisieras podrías levantarte y volar, iniciado en 2008 y publicado en la primavera de 2017 por la editorial madrileña Bartleby. Ya desde el título, este último libro de José Carlos Rosales se refiere al mito de Ícaro, en este caso a través del cuadro de Brueghel: “Nadie sabe siquiera que con él se hundió algo / que también era nuestro, / algo que era de todos: / si se arruina algún sueño algo nuestro se arruina, / la quiebra de Babel, el fracaso de Ícaro,/ inesperado chapoteo: / era Ícaro ahogándose mientras dices o piensas: / ¿qué hago aquí?, ¿dónde estoy?” (XVII). El autor nos presenta ahora un poema extenso y unitario que implica un importante cambio de tono. Dividida en 25 apartados, la narración –porque estamos ante una especie de relato, un “romanzo in verso” al modo de Attilio Bertolucci– parte de una fuga que tiene algo de road movie y de novela negra: el protagonista coge su viejo coche, un Simca Aronde que se había llevado la grúa en un día sofocante del mes de agosto, y a partir de ahí se inicia su particular huida (“Nadie sabe / la razón del que huye”, se lee en un momento determinado). 
   La frase que da título al libro funciona como leiv motif y nos da pistas sobre los mecanismos de repetición frecuentes en el desarrollo textual y los símbolos de la realidad urbana más inmediata: los timbres, los teléfonos, la autopista, una gasolinera, la grúa municipal, las tiendas cerradas, los bares, los sótanos, un ambulatorio, los caminos vecinales, los trenes, un puente, periódicos viejos… Y, de fondo, la sensación de soledad, la culpa: “todo se ha vuelto mugre, y también tu podrías / convertirte en basura, te volverás basura / si llevas la contraria, por eso estás aquí / mirándote la cara en el espejo/ ladeado, escuchando / una voz que dimite” (XII). Asistimos a un desdoblamiento de voces y de personajes a lo largo de este relato: “… y te miro pensando: / si quisiera podría levantarse y volar, / si pudiera volar, ¿a dónde iría?”. O este otro fragmento: “y caminas buscando / sin saber lo que buscas, / porque no buscas nada, nada puede encontrarse / pensando que no existe aquello que se busca, / sabiendo que no puedes / abandonar la búsqueda…”. Hasta que, en el último poema, se presenta otra voz: la del empleado de la gasolinera que resume la historia a su modo (XXV). 
   Toda esta proyección especular se relaciona con la simbología del viaje, tan significativa en los libros anteriores de José Carlos Rosales (y casi siempre en el sentido de repetición o costumbre: ya se veía en el libro anterior, Y el aire de los mapas). Ahora encontramos una narración elíptica que tiene mucho de cinematográfica y que suele conectar el ámbito personal y el dominio colectivo. La mirada se detiene en los objetos y, a partir de ahí, produce el efecto de una cámara que recorre lentamente los espacios, muy especialmente los interiores (el sótano), marcando así el contraste entre el vuelo –enunciado ya en el título– y el descenso a las profundidades: “…si quisieras podrías levantarte y volar, / pero sólo desciendes, / sólo sabes de sótanos o túneles, / pasadizos sin llave, / puertas que nunca abrieron” (XI). 
   Un aspecto muy interesante de este libro es la intertextualidad. Hay muchas citas –más o menos veladas– y referencias a otros poetas: Luis Cernuda, Miguel Hernández, Blas de Otero, W. H. Auden, Henry David Thoreau. Una cita de Otero (“todo lo que era tuyo y resultó ser nada”) anticipa la desmitificación de la libertad individual, la ficción moderna del héroe: “nunca serás un héroe, / eres sólo un fantasma, / el fantasma escondido que recorre / la soledad, su estepa imaginaria…” (XXII). 
   Termino con un balance muy lúcido que ha escrito Francisco Díaz de Castro a propósito de Si quisieras podrías levantarte y volar: “No tanto tristeza cuanto melancolía y decepción destila este espléndido libro en el que la emoción da vida a una reflexión sobre el vivir contemporáneo que no se dice más que a retazos, y que no desemboca más que en una constante sensación de impotencia como esa imposibilidad de levantar el vuelo, es decir, de actuar frente a las circunstancias más triviales. Más que a Walt Claireborne, el personaje de Mr. Vértigo, de Paul Auster, me recuerda –y no sólo por eso, sino por su mismo montaje insistente y cambiante a la vez– aquel momento de El ángel exterminador de Luis Buñuel en el que nadie puede salir de una habitación a pesar de que nada lo impide. Y el poeta no saca conclusiones, porque esas se reservan al lector”.


















30 de junio de 2018

49.- ¿Qué más da dónde esté?

Imagen de José Carlos Rosales
(Delaware, USA, abril de 2012)





[...]
casi nunca le puso gasolina a su coche,
          un coche negro, antiguo:
          ¿no saben dónde está?,
estará en algún sitio donde nadie lo busque,
          ya lo dije: parecía desnutrido,
          y pesaba tan poco
que el viento habrá podido arrastrarlo, llevárselo,
          seguro que se habrá disgregado
y será transparente como el agua o el aire,
estará por ahí, volando por el cielo,
          ¿qué más da dónde esté?

Se levantó del taburete frotándose las manos
y se quedó en silencio, yo me acerqué a la puerta:
          mi despedida fue
volver la cara y encoger los hombros,
          de nuevo regresé a la calle:
la noche comenzaba otra vez a ser fría.


Imagen de José Carlos Rosales (Granada, España, 14 de octubre de 2016)



                                                                           

13 de mayo de 2018

47.- "Si quisieras podrías levantarte y volar" en "La Estación Azul"


        El pasado 1 de abril (de 2018), el programa de poesía "La Estación Azul", de Radio Nacional de Estaña, dedicó parte de su espacio a mi libro "Si quisieras podrías levantarte y volar". 







20 de abril de 2018

46.- Banda sonora (9)

[¿Quién escoge la banda sonora?]


[The Lounge LizardsDutch Schultz
en "The Lounge Lizards Live (1979-1981)"]


[...] y te pones a hablar como si el tiempo
no terminara nunca, las palabras
las escoges pensando en sus secuelas,
te demoras, te atrasas, vas y vienes,
          pronuncias convencido
          lo que sabes, aquello
que quisieras saber, lo que podrías
          averiguar, ninguna idea
          existe si no se dice antes,
hablas como si el tiempo preservara
tus palabras, y el tiempo continúa
como el vagón de un metro cuando cumple
horarios y rutinas, llegará la parada,
          acabará la noche,
todo tiene un final menos tu miedo,
que se acaben tus días y no logres
          acabar lo empezado,
tiempo muerto, caduco, perezoso,
          cuando avanza no avanza,
          cuando viene se esfuma,
          alguien te pide cuentas,
          todo llega a su término,
          alguien recogerá tu examen,
          dejarás de escribir,
el tiempo se acabó, se acabaron los plazos,
          buscas tus últimas palabras,
          una u otra, da igual,
tus últimas palabras no las escoges tú,
las decide el azar, tú decides muy poco,
las cosas se interrumpen y lo que parecía el final
          era sólo el principio [...]

(págs. 60-61)







28 de marzo de 2018

45.- Reseña de Pilar Mañas (8)

Incluso para fugarse hace falta valorPilar Mañas
(Revista Turia, número 125-126, marzo de 2018, págs. 448-449)

   Estamos ante un poemario en el que los personajes son las grúas, los coches, las autopistas, las gasolineras, las escaleras y los sótanos; el protagonista es un hombre sin rostro, un hombre que arrastra un existencialismo del siglo XXI. Son personajes y emociones que nos globalizan o globalizan nuestros derrumbes, nuestros claroscuros, nuestras zonas de escombros. Da igual que este hombre camine o conduzca por las calles de una ciudad de provincias en España, o por un barrio de New York, ya que todos somos un poco Hopper, algo de Raymond Carver, casi todo Albert Camus. Y, aunque caminemos con la cabeza gacha o la mirada ausente, no dejamos de buscar un resquicio de luz, no dejamos de perseguir la armonía de lo que fuimos y ya no somos, de buscar alguna identidad con los objetos con los que vivimos cotidianamente (como nos recuerda J. Cheever). Sin embargo, poderes invisibles se obstinan en no dejarnos ese hueco.
   Este es un libro de fugas, de grietas por las podríamos huir si fuéramos valientes. Es un libro de gritos clandestinos que preparan la disidencia o el golpe final contra algunos tiranos fácticos a los que deberíamos poder y saber nombrar por muy emboscados que estén tras el confort, la desidia, el miedo o el aburrimiento. Este poemario nombra, enumera y, por ello, se rebela.
   En este catálogo de desolaciones, soledad y derrumbe hay, sin embargo, algunas fisuras por las que podemos mirar de reojo la duda y la posibilidad aunque nos pesen los años, la enfermedad y el sinsentido de estar gobernados por motores cibernéticos. El poeta nos alerta de que la naturaleza humana, misteriosa y profunda, se desvela a pesar de nosotros mismos:

[…] 
el padre que acaricia el pelo de sus hijas, 
la mujer que está ausente, despeinada o llorosa, 
y el anciano que dice palabras para nadie, 
[…] 
no necesitan demasiado, se contentan con poco, 
si quisieran podrían levantarse y volar, 
si pudieran volar, ¡ah, si pudieran volar!, 
          tal vez nunca lo harían. 
(págs. 45-46) 

   Todos los poemas posteriores al primero, donde ya aparece la frase que dará título al libro, desarrollan y detallan la premisa enunciada de un modo premonitorio: a pesar de la realidad de escombros, sueños pisoteados, infancias escamoteadas, miedos que brotan en el río que nos lleva, podemos vislumbrar con una mirada el cielo, el aire: 

[…] 
esas alas gigantes que te impiden vivir, 
          alas imaginarias o fingidas, 
          las alas que no tienes, 
          invisibles o blancas, 
pero estás muy cansado y no lo haces, 
          no lo harías, no lo quieres hacer, 
si quisieras podrías levantarte y volar 
[…] 
(pág. 9) 

   Esas alas, sin embargo, serían el instrumento de resistencia, la llave para abrir las rejas de la celda en la que vivimos prisioneros como delincuentes sin delitos. Esas alas invisibles o blancas, sin embargo, nos convertirían, extendidas, en espíritus libres, como esos ángeles del relato de Anna Blandiana, “Proyectos de pasado”, porque si no lo intentamos ya sabemos el resto: 

[…] 
si te quedas aquí 
          seguirás como hasta ahora, 
tan cansado y tan vivo, 
          tan ligero y distante, 
          tan pesado, 
          tan solo. 
(pág. 10) 

   Y, de pronto, un hombre, también sin rostro, ensaya esa posibilidad, ensaya la huida, o la convierte en sueños. 

[…] 
bajo el silencio solemne de los árboles 
          se perdió un fugitivo, 
los árboles le oyeron escapar de su jaula, 
animal encerrado que escapó sin destino, 
robó su coche, se evaporó del mundo, 
y así lo vi, así lo imaginé: 
¿cuál es la diferencia? 
(pág. 65) 

   No es este poemario un lamento, aunque pudiera parecerlo, sino un grito ahogado porque fluye por dentro, es la búsqueda de una huida, que en los tiempos que corren es un tipo de resistencia. Tal vez en estos años de dictaduras tecnológicas y de altas finanzas, la resistencia se opera desde el descreimiento, o desde el dar nombre verdadero al misterio de la soledad interior, del vacío existencial. Tal vez “la disidencia” radique en “escapar” “fugarse” o “volar”. Alguien más sabio, tendría que decirnos hacia dónde, hacia qué territorio ignoto podríamos dirigirnos, en qué país extraño podríamos encontrarnos todos los que hemos decidido huir. 
   El poeta ha dejado abocetado un mapa con caminos, ha trazado unas líneas primeras que conducen a desviaciones de autopistas, a áreas de descanso donde meditar sobre los timbres, los teléfonos, los coches, las escaleras y los motores. En esa área de descanso podríamos levantar la vista y determinar: 

[…] 
          que piensen lo que quieran, 
dejarás que el teléfono suene, 
no lo descolgarás, seguirás donde siempre, 
nada puede alcanzarte, 
nada puede ocurrir y el teléfono suena: 
que suene como suena 
          la lluvia cuando llueve. 
(pág. 14) 

   A veces hay pasadizos con llaves secretas. Tendremos que encontrarlas.









5 de marzo de 2018

42.- Banda sonora (8)

IX (La policía local)

La policía está hablando por teléfono:
          uno vigila el tráfico,
          vigila poca cosa,
no hay tráfico en agosto, pero vigila el tráfico
          invisible, vigila
como si vigilara la llegada de un séquito,
y el otro recibe indicaciones,
          toma nota,
          con la cabeza asiente,
hierático parece ser el amo del mundo,
si quisiera podría detener una nube,
desviar los vencejos que ahora cruzan la tarde,
         registrar hormigueros,
         hacer que el sol le hiciera
         reverencias, saludos [...]

(pág. 27)



Una canción del portugués Zeca Alfonso (José Alfonso)
con animación de Eurico Coelho


[Todo tiene una banda sonora]




14 de febrero de 2018

40.- Premio Estado Crítico: Mejor libro de poesía del año 2017

Premios EC 2017
Comunicación Publicada  el 13/02/2018 por Estado Crítico

"Un año más, el blog de crítica literaria Estado Crítico ha evaluado todo lo leído a lo largo de doce meses para emitir sus premios en cuatro categorías, y hacemos públicos los fallos de nuestros Premios Estado Crítico 2017:

[...]

Estado Crítico otorga, por último, el Premio al Mejor libro de poesía a Si quisieras podrías levantarte y volar (Bartleby) de José Carlos Rosales. Si quisieras podrías levantarte y volar cumple con el cometido más importante de la poesía –y de la literatura en general-: estamos ante un libro profundamente conmovedor, un poemario de los que te agarran por las solapas y te estremecen, una obra de una tristeza desgarradora y desoladora de la que el lector, por poco sensible que se muestre, no va a salir inmune. El poeta granadino ha conseguido con este poemario un libro redondo, una obra emocionante y turbadora a partes iguales."