28 de marzo de 2018

45.- Reseña de Pilar Mañas (8)

Incluso para fugarse hace falta valorPilar Mañas
(Revista Turia, número 125-126, marzo de 2018, págs. 448-449)

   Estamos ante un poemario en el que los personajes son las grúas, los coches, las autopistas, las gasolineras, las escaleras y los sótanos; el protagonista es un hombre sin rostro, un hombre que arrastra un existencialismo del siglo XXI. Son personajes y emociones que nos globalizan o globalizan nuestros derrumbes, nuestros claroscuros, nuestras zonas de escombros. Da igual que este hombre camine o conduzca por las calles de una ciudad de provincias en España, o por un barrio de New York, ya que todos somos un poco Hopper, algo de Raymond Carver, casi todo Albert Camus. Y, aunque caminemos con la cabeza gacha o la mirada ausente, no dejamos de buscar un resquicio de luz, no dejamos de perseguir la armonía de lo que fuimos y ya no somos, de buscar alguna identidad con los objetos con los que vivimos cotidianamente (como nos recuerda J. Cheever). Sin embargo, poderes invisibles se obstinan en no dejarnos ese hueco.
   Este es un libro de fugas, de grietas por las podríamos huir si fuéramos valientes. Es un libro de gritos clandestinos que preparan la disidencia o el golpe final contra algunos tiranos fácticos a los que deberíamos poder y saber nombrar por muy emboscados que estén tras el confort, la desidia, el miedo o el aburrimiento. Este poemario nombra, enumera y, por ello, se rebela.
   En este catálogo de desolaciones, soledad y derrumbe hay, sin embargo, algunas fisuras por las que podemos mirar de reojo la duda y la posibilidad aunque nos pesen los años, la enfermedad y el sinsentido de estar gobernados por motores cibernéticos. El poeta nos alerta de que la naturaleza humana, misteriosa y profunda, se desvela a pesar de nosotros mismos:

[…] 
el padre que acaricia el pelo de sus hijas, 
la mujer que está ausente, despeinada o llorosa, 
y el anciano que dice palabras para nadie, 
[…] 
no necesitan demasiado, se contentan con poco, 
si quisieran podrían levantarse y volar, 
si pudieran volar, ¡ah, si pudieran volar!, 
          tal vez nunca lo harían. 
(págs. 45-46) 

   Todos los poemas posteriores al primero, donde ya aparece la frase que dará título al libro, desarrollan y detallan la premisa enunciada de un modo premonitorio: a pesar de la realidad de escombros, sueños pisoteados, infancias escamoteadas, miedos que brotan en el río que nos lleva, podemos vislumbrar con una mirada el cielo, el aire: 

[…] 
esas alas gigantes que te impiden vivir, 
          alas imaginarias o fingidas, 
          las alas que no tienes, 
          invisibles o blancas, 
pero estás muy cansado y no lo haces, 
          no lo harías, no lo quieres hacer, 
si quisieras podrías levantarte y volar 
[…] 
(pág. 9) 

   Esas alas, sin embargo, serían el instrumento de resistencia, la llave para abrir las rejas de la celda en la que vivimos prisioneros como delincuentes sin delitos. Esas alas invisibles o blancas, sin embargo, nos convertirían, extendidas, en espíritus libres, como esos ángeles del relato de Anna Blandiana, “Proyectos de pasado”, porque si no lo intentamos ya sabemos el resto: 

[…] 
si te quedas aquí 
          seguirás como hasta ahora, 
tan cansado y tan vivo, 
          tan ligero y distante, 
          tan pesado, 
          tan solo. 
(pág. 10) 

   Y, de pronto, un hombre, también sin rostro, ensaya esa posibilidad, ensaya la huida, o la convierte en sueños. 

[…] 
bajo el silencio solemne de los árboles 
          se perdió un fugitivo, 
los árboles le oyeron escapar de su jaula, 
animal encerrado que escapó sin destino, 
robó su coche, se evaporó del mundo, 
y así lo vi, así lo imaginé: 
¿cuál es la diferencia? 
(pág. 65) 

   No es este poemario un lamento, aunque pudiera parecerlo, sino un grito ahogado porque fluye por dentro, es la búsqueda de una huida, que en los tiempos que corren es un tipo de resistencia. Tal vez en estos años de dictaduras tecnológicas y de altas finanzas, la resistencia se opera desde el descreimiento, o desde el dar nombre verdadero al misterio de la soledad interior, del vacío existencial. Tal vez “la disidencia” radique en “escapar” “fugarse” o “volar”. Alguien más sabio, tendría que decirnos hacia dónde, hacia qué territorio ignoto podríamos dirigirnos, en qué país extraño podríamos encontrarnos todos los que hemos decidido huir. 
   El poeta ha dejado abocetado un mapa con caminos, ha trazado unas líneas primeras que conducen a desviaciones de autopistas, a áreas de descanso donde meditar sobre los timbres, los teléfonos, los coches, las escaleras y los motores. En esa área de descanso podríamos levantar la vista y determinar: 

[…] 
          que piensen lo que quieran, 
dejarás que el teléfono suene, 
no lo descolgarás, seguirás donde siempre, 
nada puede alcanzarte, 
nada puede ocurrir y el teléfono suena: 
que suene como suena 
          la lluvia cuando llueve. 
(pág. 14) 

   A veces hay pasadizos con llaves secretas. Tendremos que encontrarlas.









5 de marzo de 2018

42.- Banda sonora (8)

IX (La policía local)

La policía está hablando por teléfono:
          uno vigila el tráfico,
          vigila poca cosa,
no hay tráfico en agosto, pero vigila el tráfico
          invisible, vigila
como si vigilara la llegada de un séquito,
y el otro recibe indicaciones,
          toma nota,
          con la cabeza asiente,
hierático parece ser el amo del mundo,
si quisiera podría detener una nube,
desviar los vencejos que ahora cruzan la tarde,
         registrar hormigueros,
         hacer que el sol le hiciera
         reverencias, saludos [...]

(pág. 27)



Una canción del portugués Zeca Alfonso (José Alfonso)
con animación de Eurico Coelho


[Todo tiene una banda sonora]