18 de enero de 2018

33.- Reseña / Custodio Tejada (4)

Si quisieras podrías levantarte y volar, Custodio Tejada
(Granada Costa, Motril, Granada, enero 2018)



     [...] El último verso de la segunda secuencia, titulada El timbre de la puerta, coincide con el título del libro, pero escrito en primera persona: “si quisiera podría levantarme y volar”; mientras que a lo largo del libro se repite el título, con leves variaciones, como si fuera un mantra o una especie de antífona o estribillo que atempera el largo poema escrito en 25 estaciones o miradores. El lector pasa las páginas como si al girarlas “se pudiera cambiar de itinerario” –nos dice en la página 66-, pero el poeta no nos deja, nos lleva por donde él quiere, con esa técnica escapista que tiene el libro del yo al tú y viceversa. Con poemas largos que huelen a Cernuda, que suenan a salmos urbanos, casi retratos costumbristas que navegan entre la épica y la lírica, más propios de un Ulises improvisado que pasea, en un mes de agosto, en busca de su yo a través del tú, en el que se encuentran autor y lector; porque es a través de la otredad como se llega a sí mismo y con la que pretende eludir la soledad hasta que, como un gran Houdini, se hace desaparecer en un golpe de efecto final que te deja una sensación de ilusionismo en estado puro; porque cuando “miras el goteo/ ploc-ploc/” del poema en tu cabeza, el poeta, refugiado en su silencio, te hace testigo del mundanal ruido lleno de motores que son, al fin y al cabo, la banda sonora de este libro.

     [...] Las distintas secuencias de su único poema, que funciona como un cortometraje donde poesía y cine se dan la mano, están llenas de enumeraciones, de retahílas de pequeños sucesos y productos que funcionan como mantras de la vida urbana, y con las que repasa las estanterías de las farmacias, tiendas, supermercados, gasolineras… para inmortalizar el momento y convertirlo en recuerdo. A veces “in media res” como en La nieve blanca, a veces en segunda persona como aquí, José Carlos Rosales es un poeta que le gusta recurrir a los artificios/artefactos literarios para armar su poética y para realzar su mensaje y su mirada, ya sea desde una posición más minimalista o desde otra más narradora. El poeta surca el poema desde el desengaño, una seña de identidad en su obra. Rosales deja sus coordenadas (tanto históricas como biográficas) delicadamente escondidas pero siempre presentes. Su tiempo y su conciencia siempre afloran en los destellos del poema, y por extensión en su estilo, siempre al borde del existencialismo y de la introspección; siempre en el límite del autorretrato y el retrato vía encabalgamiento de la época-memoria-conciencia. Y es que quizá, los versos de cualquier poeta, y en especial de José Carlos Rosales “solo son testimonios, / material de museo, / sopor, arqueología” –nos dice en la página 26. Hay poetas que se visten con ropajes propios o prestados y poetas que se desnudan, José Carlos juega al despiste.

[...]








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